Cuando admiramos obras de arte en museos y colecciones, las imágenes de mujeres barbudas nos provocan una variedad de sensaciones. Algunas nos miran desafiante, otras con resignación, todas contando su trágica historia. Ya sea consideradas pecadoras o santas, las mujeres con hirsutismo siempre han sido vistas como un prodigio misterioso que puede anunciar amenazas y castigos divinos, o simbolizar resistencia frente a la presión para renunciar a su fe. En este artículo, exploraremos un recorrido histórico de la representación de las mujeres barbudas en el arte, analizando diferentes interpretaciones y connotaciones.

Desde la Antigüedad
El vello en los cuerpos femeninos siempre ha sido tratado de manera diferente al masculino. En el mundo oriental de la Antigüedad, encontramos imágenes de mujeres barbudas sin connotaciones negativas, como la diosa Ishtar de Babilonia, la faraona Hatshepsut de Egipto o las “Venus Barbate” de la isla de Chipre. Sin embargo, en el mundo occidental, la presencia de vello facial en las mujeres se asoció principalmente con una naturaleza primitiva, vinculándolo a su carácter maligno y lujurioso, lo que las convertía en moralmente reprobables. Desde las primeras descripciones del origen del mundo, los textos bíblicos y la literatura justificaban la superioridad del hombre sobre la mujer, presentando a esta última como un mal en sí mismo, un ser hermoso pero con bajos instintos por naturaleza, en contraposición a la imagen de un hombre creado a imagen y semejanza de Dios. En las teorías médicas de la antigüedad, la diferencia física más evidente entre ambos sexos, el cabello, también estaba relacionada con el apetito sexual. Según la tradición, la abundancia de cabello y vello corporal indicaba masculinidad en los hombres y una peligrosa lujuria en las mujeres. Estas teorías se plasmaron en textos y tratados médicos y filosóficos, y a partir del siglo XVI, también en la historia del arte.
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El vello en el arte
Uno de los primeros teóricos del arte que recogió las connotaciones morales asociadas a las mujeres barbudas fue Giambattista della Porta. En su obra “De humana physiognomonia”, específicamente en la sección “Sobre el vello”, afirmaba que “la mujer barbuda tiene un carácter pésimo”. Desde la antigua Roma, se atribuían muchas desgracias públicas a la inmoralidad femenina, y Della Porta sostenía que una mujer con barba, como un monstruo, era un presagio de inminentes desgracias. Según estas ideas, los dioses, en un gesto de generosidad y compasión hacia los mortales, intentaban ayudarlos a evitar las consecuencias de grandes peligros enviando señales de advertencia a través de eventos sorprendentes, terribles o inexplicables, o mediante la presencia de seres deformes o monstruosos que, con un carácter profético, anunciaban grandes desgracias con su nacimiento.
Con la creciente influencia del cristianismo, el nacimiento de estos seres se justificó en gran medida como evidencia física y tangible de castigos divinos derivados del pecado. De esta manera, los recién nacidos acusaban públicamente a sus padres de haber transgredido las reglas morales de la concepción, imponiéndoles una penitencia que se prolongaría cruelmente durante toda la vida del niño. Los textos antiguos y medievales están llenos de testimonios de nacimientos monstruosos. No fue hasta principios del siglo XVI que esta idea comenzó a abandonarse, gracias a las bases científicas propias del humanismo, que buscaban en la investigación médica la justificación natural de estos problemas físicos, alejándolos gradualmente de la explicación del castigo divino.

Retratos documentales
A partir del siglo XVI, gracias al desarrollo de la imprenta, comenzaron a aparecer representaciones de mujeres barbudas con connotaciones diferentes, alejadas del ámbito de lo pecaminoso. Estas ilustraciones se presentaban en tratados de historia natural, medicina o filosofía. Algunas de las representaciones más destacadas incluyen a Brígida del Río, también conocida como la barbuda de Peñaranda, retratada por Sánchez Cotán en 1590, y Magdalena Ventura, pintada unas décadas después en Nápoles por José de Ribera.
En ambos casos, los pintores abordaron el tema sin crítica ni censura, mostrando a las mujeres con un interés documental que resaltaba su condición desde la dignidad. En el retrato de Brígida, el pintor la representó con una mirada bondadosa, directa y sincera, con las manos recogidas en el regazo, mostrando, a través de su gesto y su apariencia impecable, la honestidad de su alma. Por otro lado, el retrato de José de Ribera refleja el dolor contenido de una mujer que, debido al hirsutismo desarrollado a partir de los 37 años, experimentó cambios físicos que la hicieron adquirir por completo el aspecto de un hombre. En este caso, la mirada casi desafiante de Magdalena, que sostiene a su hijo mientras le ofrece un pecho para amamantarlo, contrasta con la desolación de su esposo, que parece querer mezclarse con el fondo.

Barbudas y santas
Aunque la mayoría de las representaciones de mujeres velludas están asociadas con conductas inmorales y pecaminosas, también existen algunas representaciones de mujeres cuyo vello o barbas simbolizan su santidad. Un caso extraordinario de esto se encuentra en la ficticia Santa Wilgefortis (de Virgo Fortis), una virgen mártir de origen portugués cuya leyenda y culto se extendieron por Europa.
La historia de esta santa cuenta que, siendo una doncella romana, se opuso a los planes matrimoniales de su familia y rezó y ayunó para evitar ese matrimonio, ya que deseaba dedicar su vida a Dios y a la oración. La respuesta a sus plegarias llegó cuando le creció una prominente barba y un espeso bigote. Esto provocó la repulsa inmediata de su prometido y la anulación del matrimonio, pero también el castigo de su padre, quien la mandó crucificar.
La representación iconográfica de estas santas las muestra con rostros barbados, crucificadas y vestidas con túnicas largas que cubren casi todo su cuerpo, dejando al descubierto solo las manos, los pies y la cabeza.
En este caso, la barba y los rasgos masculinos son precisamente el símbolo de su santidad, el elemento iconográfico que las define y las hace reconocibles. La iconografía de estas “santas virilizadas” evolucionó con el tiempo. La barba se hizo más sutil, desapareció o fue reemplazada como elemento diferenciador por el hecho de ser una santa crucificada, con una anatomía femenina que se insinúa bajo las vestimentas, coronada y luciendo una indumentaria rica.
La consolidación de estas nuevas advocaciones puso a los fieles en contacto con modelos de mujeres cuyas barbas eran motivo de orgullo. Las barbas de Santa Wilgefortis, conocida en España como Santa Librada, o Santa Paula de Ávila representaban el amor de Cristo hacia aquellas jóvenes que ansiaban dedicar su vida a Dios y a la oración, convirtiéndose en la advocación preferida de mujeres infelices en sus matrimonios y popularizando aún más la representación de mujeres barbudas ante la sociedad.
En cualquier caso, todas ellas fueron mujeres humildes, nobles o santas, cuya presencia a través de lienzos o grabados quedaría justificada durante siglos como parte de las maravillas que se encontraban en las célebres cámaras en Europa desde el Renacimiento. Estas mujeres ofrecen el testimonio estigmatizado de aquellos que, al nacer mujeres, tenían “barbas de hombres”.
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Si bien respetamos y entendemos las razones por las cuales estas mujeres mostraban orgullosamente sus naturales barbas, desde Ésmèdic sabemos que cada mujer es diferente y algunas prefieren un cutis libre de pelos. Si te identificas con esta última frase, te animamos a reservar cita para tu depilación laser con nosotros.
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